lunes, 28 de marzo de 2011
Iván Vélez tuvo una situación clarita para gritar el 2-0, pero el colombiano increíblemente no la pudo empujar.
Se juegan 33 minutos del primer tiempo. Mohamed está como loco, va de una punta a la otra, gesticula, grita, no puede creer que Toia no haya expulsado a Jonathan Gómez. Pero Independiente gana. Y va por más. Vélez la recupera unos metros detrás de la mitad de la cancha. Se le va larga, pero traba con De Souza, la gana y toca para Silvera. El Cuqui la alarga para Parra, que se va par(r)a el gol, par(r)a definirlo, par(r)a asegurar el triunfo. Pero no. El colombiano sigue la jugada, pega el grito y cuando ve el pase, empieza a frotarse las manos. ¿Está? Sí, parece el 2-0. ¿Está? Sí, porque Bologna ya está vencido. ¿Está? Mmm, no, no está. Porque José Iván no empuja la bola: se la lleva por delante, trata de asegurarla con la zurda, pero pifia y le da con el taco del botín derecho. Ojo (bah, ojota), porque Bologna también pasa de largo y porque Víctor López la revienta, pero en lugar de sacarla al lateral le pega en el pecho al morocho. No es gol por milagro, por tres milagros...
Final del partido. Independiente ya igualó. Y la sensación es inequívoca: si la decisión del árbitro de dejar a Banfield con 11 le dijo chau a la calma, el blooper de Vélez pudo haber sido un hola a la tranquilidad. Pero no. El hola, esta vez, fue Olavarría, fue Holanda, ya que Independiente quedó a kilómetros y kilómetros de no perder la cabeza. Obviamente, caerle al colombiano por no haber podido convertir sería demasiado injusto. Aún con sus problemas para cerrar y sus tics para mandarse al ataque sin antes asegurarse de que le cubrieran la espalda, Vélez siempre la pidió e intentó sumar. Pero no hay dudas de que situaciones así se presentan muy de vez en cuando. Si hasta Nazarena lo hubiese hecho...
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